El cine mexicano está jodido, sí, muy jodido –y no me llamo Javier, ni me apellido Aguirre-. Y a pesar de que hay muchísimo talento, nunca hay presupuesto, no hay apoyos, no hay patrocinios, no hay quién quiera entrarle pues, por tanto se filma muy poco. Y una vez terminada, una película debe pasar por la aduana de los exhibidores, “y si no metes tanta gente en el primer fin de semana ya no te exhibo el siguiente”… A eso hay qué sumarle que como público estamos muy viciados y si la película es mexicana nomás no la vemos, porque “seguro es malita”…
Todo este asunto viene a cuento porque el sábado pasado vi la transmisión de la qincuagésima tercera (¿se dice así?) entrega del Ariel… ¡Qué cosa más espantosa! Cero producción. Ahí estaba el pobrecito de Chucho Ochoa haciendo su mejor esfuerzo y sacando adelante su chamba… peleando su propia lucha… pero pues no fue suficiente. Se sentía solo, solo, solo…
Luego, los invitados a la “gala” iban en fachas, podríamos contar un par de corbatas… la mayoría vestían con pantalones de mezclilla y camisas de vestir, otros con atuendos muy al estilo hip-hop o reggaetonero, e incluso, no faltó el que iba con pantuflas o calzado para descansar… ¡No puede ser! Está bien que la gente con tales grados de sensibilidad sean despreocupados, pero ¡báñense!
Después, el director Jorge Fons, y la actriz Ana Ofelia Murguía, recibieron el Ariel de oro por trayectoria. Ajá, sí, bien bonito… Y les pusieron en la pantalla sendas semblanzas… Nada más con tres o cuatro trozos de sus películas y editado con las patas, quién sabe qué plomero se las habrá hecho… De escuelita… Yo digo: ¡Ariel de oro! ¿No se merecían más?
De veras, una entrega para llorar, de pena ajena combinada con risa loca… Si no tienen dinero para hacer la gala ¡mejor no la hagan!
En la ceremonia, Chucho Ochoa dijo que “la diferencia entre el Óscar y el Ariel son los huevos… Sí, porque para hacer cine en este país se necesitan huevos” Y tiene muchísima razón…
Obituario: Por favor, no + sangre…
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