El próximo domingo lo van a
llevar a los altares… Y entonces usted y yo podremos pedirle que interceda ante
Dios nuestro señor. Porque para eso están los Santos. Ellos realizaron hechos prodigiosos y milagros. Incluso
después de muertos, ellos ya gozan de la presencia de Dios. Lo que podían
realizar con el poder de Dios en esta vida, lo siguen realizando ahora con
mayor razón, puesto que viven en la presencia continua de Dios. Así
pues, Karol Wojtyla fue, en vida, un hombre validado por Dios y reconocido como
un individuo que sirvió incondicionalmente al evangelio. ¡Amén!
Sin embargo, sobran evidencias
para documentar que don Karol (a quien a partir de ahora llamaremos Juan Pablo
II) siempre tuvo conocimiento de que el fundador de la “Legión de Cristo”, un
tal Marcial Maciel, era un criminal, un delincuente, un sobornador, un
manipulador de conciencias, un depredador, un destructor de los sacramentos, drogadicto,
defraudador y violador de niños y niñas (incluidos sus propios hijos),
verdaderamente un tipo abominable, un monstruo, un ser despreciable en toda la
extensión... Pero el Vaticano decidió transformar de cómplice encubridor a
Santo al jefe de la Iglesia católica fallecido en 2005, y no afectar así el
proceso para ubicarlo en el estado de la santidad.
Veamos, el Papa Juan Pablo II
¿le creyó a Maciel? ¿No recurrió a nadie más? ¿No preguntó? ¿Nadie se le acercó
para decirle nada? ¡Por Dios! ¡¿Cómo pueden llevar a los altares a un hombre
que encubrió pederastas y protegió abusadores de niños?!
La respuesta es muy simple: Al
Padre Maciel se le estimaba mucho. Siempre hizo llegar millones de dólares a la
Santa Sede.
Su compadre, El Papa, lo
reconoció como líder de la juventud por la forma en la que él presentaba a
Cristo a los jóvenes (?), le hizo varios reconocimientos públicos. Lo llevó a
todos sus viajes a América Latina, lo nombró consejero para el sínodo de
América, lo nombró consejero para la formación de los sacerdotes, lo nombró
consejero para asuntos internos de los seminarios, también lo reconoció por su
fecundidad espiritual y misionera durante sus 60 años de sacerdocio. Entonces
debemos pensar que le tenía gran confianza. Le tenía gran estima, pues. Era su
súper brother.
Ese hombre de mirada tierna,
paterna y dulce. Ese ser lleno de misericordia. Ese que transmitía una paz
inconmensurable con solo verlo sonreír. Ese güero chapeado que fue maestro,
padre, amigo, pastor, beato y, ahora, Santo. Ese que unió al mundo y que lo
detuvo cuando partió de esta tierra. Ese que este domingo hará que todas las
miradas vuelvan al lugar donde reinó por casi 27 años. Habrá júbilo, gritos y muchísima
euforia.
Y por el otro lado habrá
silencio. El mismo silencio
que ha habido en los 4 mil casos de violación infantil que han sido denunciados
ante el Vaticano: no hay un solo caso comprobado en el que la Santa Sede (que
tiene celdas en su territorio) haya encarcelado a un pedófilo o facilitado
información a otros tribunales nacionales para aprehender a alguno. Al contrario, los protegen, los cuidan, los retiran y les dan
palmaditas en la espalda. Total, a nadie le importan las vidas de unos cuantos
niños ultrajados.
Pero ustedes no hagan caso. Récenle a San Juan Pablo II. Es
un Santo sin pecado concebido. Ahora es su abogado y puede rogar por nosotros
los pecadores. Y es muy bueno, si no, pregúntenle a Maciel.
Obituario: Yo voy con el Madrid, ¿y ustedes?
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