¿Por qué nos pasará lo mismo siempre? El árbitro se equivoca en nuestra contra (bueno, y en contra de los ingleses también), los que no están concentrados son los de nuestro equipo, el golazo cae en nuestra portería, nuestros tiros no entran, pero dan en el poste, jugamos nuestro mejor partido, pero nunca alcanza, caemos con la cara al sol, nos vamos decepcionados, pero muy satisfechos.
Será porque nuestro fútbol no es de grandes ligas. La historia nunca juega de nuestro lado.
Por eso el mundial lo ganan siempre los mismos, lo ganan los que saben jugarlo. Y nosotros no sabemos jugarlo, así de simple.
Dice Javier Aguirre que si a Argentina le das una pistola te mata, ¿de veras? ¡Já! Siempre brillante. También dice que no va a buscar excusas fáciles. Y acá todos esperamos las explicaciones que no necesitamos, porque las conocemos perfectamente, pero igual las exigimos, nada más porque así somos. Hay qué hacer drama de todo y por todo.
Se acabó el mundial para nuestro representativo nacional, ya no más ilusiones, ya no más promesas, ya no más fantasías, ya no más espejismos, ya no más ruidosas vuvuzelas (que, por cierto, aquí se extinguieron hace más de quince años), y, sobre todo, Dios bendito, ya no más sandwiches.
Ya, a otra cosa, ya no tenemos nada qué festejar, ya no vamos a ir al ángel, ni vamos a tocar tres veces el claxón en las avenidas, ni vamos a sonreirle a los desconocidos con camisetas verdes (o negras, da igual).
Ahora, como cada cuatro años que nos pasa algo así, vamos a apoyar a Brasil y a desear que los alemanes acaben con el sueño de Messi y Maradona (de todos modos a los teutónes no les ganábamos, andan muy bien). Ahora a voltear a ver nuestra liga de tercer mundo, a ver con quién se refuerza Cruz Azul y a volver a creer que esta vez mis cementeros sí conseguirán la novena estrella, aunque eso suene igual que la utopía del quinto partido.
Por eso el mundial lo ganan siempre los mismos, lo ganan los que saben jugarlo. Y nosotros no sabemos jugarlo, así de simple.
Dice Javier Aguirre que si a Argentina le das una pistola te mata, ¿de veras? ¡Já! Siempre brillante. También dice que no va a buscar excusas fáciles. Y acá todos esperamos las explicaciones que no necesitamos, porque las conocemos perfectamente, pero igual las exigimos, nada más porque así somos. Hay qué hacer drama de todo y por todo.
Se acabó el mundial para nuestro representativo nacional, ya no más ilusiones, ya no más promesas, ya no más fantasías, ya no más espejismos, ya no más ruidosas vuvuzelas (que, por cierto, aquí se extinguieron hace más de quince años), y, sobre todo, Dios bendito, ya no más sandwiches.
Ya, a otra cosa, ya no tenemos nada qué festejar, ya no vamos a ir al ángel, ni vamos a tocar tres veces el claxón en las avenidas, ni vamos a sonreirle a los desconocidos con camisetas verdes (o negras, da igual).
Ahora, como cada cuatro años que nos pasa algo así, vamos a apoyar a Brasil y a desear que los alemanes acaben con el sueño de Messi y Maradona (de todos modos a los teutónes no les ganábamos, andan muy bien). Ahora a voltear a ver nuestra liga de tercer mundo, a ver con quién se refuerza Cruz Azul y a volver a creer que esta vez mis cementeros sí conseguirán la novena estrella, aunque eso suene igual que la utopía del quinto partido.
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