“La casa que Cuauhtémoc
construyó”, así se debería llamar el PRD. Después de dar casi la vida por sus
ideales y fundar una fuerza política que de verdad fuera oposición al sistema, que
fuera competitiva, participativa, combativa y con la pujanza necesaria para convencer
a millones de mexicanos de que la izquierda tiene (o tenía) futuro. El
ingeniero Cárdenas vació su escritorio, cargó su cajita de cartón, salió del
edificio y se sacudió las sandalias. Sí, quizá una lágrima rodó por su mejilla.
Lágrima que se le escapó por la
inmensa tristeza de ver cómo, poco a poquito, su sueño se hacía pedazos. Su
partido (porque él lo edificó) se dividió en miles de cachitos. Un cacique se
apoderó de él durante muchos años y, cuando vio que ya no podía sacarle más
jugo, lo hizo rollito y lo dejó a un lado (mal pensados). Además, las llamadas
“tribus” salieron a cazar y se disputaron cada presa, mientras de desmenuzaron
entre ellos. Todos sobre el botín y todos contra todos. Aquel sol, tan radiante
y tan amarillo, se fue ensombreciendo con corrupción, putrefacción y podredumbre. Ya no era aquella propuesta
fresca de hace 25 año. Ya no era ese partido ingenuo y transparente al que le
arrebataron la presidencia en 1988. Así, terminaron con un partido político que
un día logró más de 15 millones de votos en varias elecciones federales. Así, se
consumió una opción distinta (por lo menos eso) para la ciudadanía.
Sencillamente se desmoronó. Se arruinó. Se echó a perder.
Hoy, mi Cuauh ya no comparte
las ideas, ni los principios, ni las metas, ni los caminos, ni los sueños del
partido de la revolución democrática. “Hay profundas diferencias”, dice. Hoy,
para él, éste ni es partido, ni es revolucionario, ni es demócrata. Todo lo
contrario.
Por lo tanto, y para ser
congruente, decide hacerse a un lado y dejar que cada quien se rasque con sus
uñas. No, no se emocionen, no va a ningún lado, no va a incorporarse a güeros
ni a morenos. Va a seguir luchando por defender lo que piensa desde su
trinchera. Es demasiado liderazgo para tan poca madre.
¡Bravo por el ingeniero!
Yo le aplaudo su actitud. Alguien que
tiene coherencia entre lo que dice y lo que hace merece muchísima admiración.
Gracias por todo lo que le ha dado a este país. Gracias por la lucha y por el
ejemplo. Ojalá hubiera, aunque sea, otros dos como usted.
Obituario: La policía del
Distrito Federal está a la orden de Pumas y de América. A la hora que digan
están donde se les antoje… ¡Ay, Miguel! Y luego preguntan por qué se va el
ingeniero.