lunes, 13 de agosto de 2018

Solito


Desde hace algunos meses este sexenio se acabó. Muchos llaman a Enrique Peña Nieto “el todavía presidente”. Sí, aún es presidente, aún manda en Los Pinos, y sí, aún le hacen caso. Pero no será por mucho tiempo, ya comenzó la transición y es momento de empezar a decir adiós…

Este periodo presidencial ya no tiene nada más qué dar (quizá solamente pena) es por eso que el presidente Peña se está despidiendo todos los días, con una tierna nostalgia, con una tristeza, una añoranza y una melancolía que rayan en lo cursi. Ya hasta me imagino los spots de su sexto, y último, informe de gobierno.  Estoy seguro, como que me llamo Carlos, que lo veremos pasearse por la casa presidencial, la mirará como quien pocas ganas tiene de irse, la recorrerá, la tocará, la merodeará, la olerá y ya la extrañará aunque todavía no se ha ido…

Es el síndrome Gardeliano de la cuesta abajo, de la “vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser…” Y seguro es una cuestión difícil, tener que olvidarse de todo lo que el supremo poder presidencial representa. Entender que si pregunta la hora ya no le van a contestar “la hora que usted diga, Señor Presidente”. Concebir que el tiempo aquel ya no volverá nunca más y vivir añorando el pasado… Complicada tarea.

Ya lo retrató Luis Spota en su novela “El Primer Día”: la soledad, la ingratitud, la ignorancia y la vergüenza de un hombre que después de ser presidente se convierte en el ser más vulnerable e indefenso, objeto del canibalismo político que un día lo encumbró y que ahora lo hace víctima de las artimañas del sistema gubernamental que ahora intenta borrar todo rastro de su periodo... Ni modo, esta vida es como el súper, nadie se va sin pagar…

Pero bueno, quizá a Peña nada más lo extrañemos un mes, no menos, como cinco.

Obituario: Este Cruz Azul es de a de veras, en serio.

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