Desde hace algunos meses este
sexenio se acabó. Muchos llaman a Enrique Peña Nieto “el todavía presidente”.
Sí, aún es presidente, aún manda en Los Pinos, y sí, aún le hacen caso. Pero no
será por mucho tiempo, ya comenzó la transición y es momento de empezar a decir
adiós…
Este periodo presidencial ya no
tiene nada más qué dar (quizá solamente pena) es por eso que el presidente Peña
se está despidiendo todos los días, con una tierna nostalgia, con una tristeza,
una añoranza y una melancolía que rayan en lo cursi. Ya hasta me imagino los
spots de su sexto, y último, informe de gobierno. Estoy seguro, como que me llamo Carlos, que lo
veremos pasearse por la casa presidencial, la mirará como quien pocas ganas
tiene de irse, la recorrerá, la tocará, la merodeará, la olerá y ya la extrañará
aunque todavía no se ha ido…
Es el síndrome Gardeliano de la
cuesta abajo, de la “vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser…” Y seguro
es una cuestión difícil, tener que olvidarse de todo lo que el supremo poder
presidencial representa. Entender que si pregunta la hora ya no le van a
contestar “la hora que usted diga, Señor Presidente”. Concebir que el tiempo
aquel ya no volverá nunca más y vivir añorando el pasado… Complicada tarea.
Ya lo retrató Luis Spota en su
novela “El Primer Día”: la soledad, la ingratitud, la ignorancia y la vergüenza
de un hombre que después de ser presidente se convierte en el ser más
vulnerable e indefenso, objeto del canibalismo político que un día lo encumbró
y que ahora lo hace víctima de las artimañas del sistema gubernamental que
ahora intenta borrar todo rastro de su periodo... Ni modo, esta vida es como el
súper, nadie se va sin pagar…
Pero bueno, quizá a Peña nada más
lo extrañemos un mes, no menos, como cinco.
Obituario: Este Cruz Azul es de a
de veras, en serio.
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