Este sábado mi querido Enrique Peña Nieto gritará
por última vez desde el balcón de Palacio Nacional, seguro será el más sentido
de todos, así suele pasar. Seguro sus niñas –esposa, hijas y entenadas-
llorarán otra vez a moco tendido.
El primer grito de independencia que recuerdo haber
visto fue el último de José López Portillo, en 1982. El tipo gritó como si
tuviera ganas de hacerlo, supongo que porque ya se iba. En el momento de
aquella arenga la tele mostraba a la gente que estaba en la plancha del Zócalo capitalino
y que miraba para arriba, que contestaba con alegres vivas y que se ilusionaba
con un México mejor y más justo para ellos y todos los suyos.
Yo pensaba en esa gente, en el pueblo, en la gente
que busca una válvula de escape para zafarse de la inmundicia que vive a
diario. Esas personas que viven al día, que no saben qué van a comer mañana y
que no pueden mandar a sus hijos a la escuela porque no tienen para los libros.
Sin embargo, van a Palacio Nacional a ver el grito de un señor vestido con un
traje carísimo que ni siquiera sabe que existen, se compran un elote y una
bolsa de huevos con confeti, no hay para más. Pero lo disfrutan, se evaden, es
“noche libre” y hay qué divertirse, hay que reír, la vida se hizo para vivir,
por más difícil que resulte. Ya mañana será otro día, a ver cómo le hacemos.
Y el señor que grita (se supone que) hace todo por
el pueblo al que representa. Saca al balcón a su esposa y a sus hijos. Entre la
ropa que visten todos podemos sumar millones de pesos, suficiente para que
varias familias, de esas que están allá abajo, cubran sus principales
necesidades durante cuatro o cinco años. Ajá, con la pura ropita de la familia
presidencial. Esa familia que, sonriente, tararea La Bikina mientas contempla el espectáculo de los juegos
pirotécnicos, mismos que fueron diseñados especialmente para ellos, aunque los
puede disfrutar la perrada, total, no hay que ser díscolos.
El pueblo le mienta la madre, ¿por qué no? Es liberador,
se siente rico y además se lo merece. Es una catarsis preciosa. Si ya vine hasta acá y lo tengo tan
cerquita, lo menos que puedo hacer es mentársela… Y luego a bailar y a
cantar y a disfrutar del show, siempre se pone bueno, siempre llevan a un artista
chingón. A gozar que la vida es corta y la noche es larga. Mientras, arriba,
con un cuarteto de violines amenizando la refinada ocasión, el titular del
poder ejecutivo cena elegantemente con sus distinguidos invitados, claro, al
tiempo que piensa y piensa cómo hacer para mover a México y sacar adelante las
reformas que el país necesita…
Desgraciadamente, 36 años después, nada ha cambiado.
Obituario: Después del 4-1 que le propinó Uruguay a
la selección mexicana, me queda claro por qué le ruegan tanto al “Tuca Ferreti”,
sí que es buen técnico.
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