Los mataron y luego los
desaparecieron, eran jóvenes que protestaban por las ínfimas condiciones en que
estudian y, sobre todo, viven.
Y nadie fue, nadie sabe nada.
Todos se echan la bolita. El alcalde de Iguala, José Luis Abarca, andaba muy
contento, festejando a su esposa, bailando al ritmo de “La luz roja de San
Marcos”. No supo de ningún enfrentamiento. Le comentaron que iban encapuchados
y golpeando a la gente y arrebatándole los bolsos. Él, estadista de altura,
como es, estuvo en comunicación constante, dando órdenes de que no cayeran en
una provocación, no quería ningún golpe, ningún disparo, porque esos muchachos
siempre hacen que caigan en provocación los diferentes institutos de seguridad.
Después de la matanza (bueno, del baile, porque primero, lo primero), el presidente
municipal desapareció, simplemente se volvió de humo.
¿Y el gobernador? Ah, pues en
lo suyo. Ángel Aguirre ofreció una recompensa de un millón de pesos para quienes
ayuden a localizar a los estudiantes desaparecidos. Acto seguido, aparece una
fosa con 43 cuerpos torturados y calcinados, podrían ser los normalistas, pero
tampoco lo sabe nadie con exactitud. La PGR atrae el caso y el presidente Peña
promete justicia…
El caso es que los hechos
resultan oscuros, incomprensibles y totalmente imperdonables. La barbarie sigue
envolviendo a nuestro país. Las autoridades en todos los niveles demuestran
ineficacia, cinismo, ingenuidad e ignorancia.
¡Sálvese quien pueda! El mal es
profundo. Estamos inmersos en un ambiente insostenible donde el miedo impera y
se arraiga. Nadie hace nada…
Obituario: Si Osorio Chong ni
ve, ni oye a los jóvenes del IPN, malo. Si los recibe en un templete y los
escucha, también. Total, que nada les embona.
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