¿Cuántos canales de televisión
tiene usted en su casa? ¿Se ha puesto a pensar cada cuánto tiempo le cambia a
lo que está viendo? ¡Dios bendiga la modernidad! ¿A poco no? (Chale, me sentí
Álvaro Cueva).
Bueno, pues eso no pasaba hace
40 años. En 1974 si usted no veía lo que Televisa le tenía preparado se quedaba
sin ver la tele. Canal 13 era de celofán. Famoso periodista suele decir que ahí
se podía cometer el crimen perfecto, porque nadie lo veía.
Entre los gobiernos priístas de
la época, Emilio Azcárraga Milmo (¡mi tigre!) y el respetable, filántropo,
amoroso, tierno, cordial y entrañable Raúl Velasco moldearon no sólo nuestros
gustos musicales, radiofónicos y televisivos; también nos educaron y nos
dijeron qué ver y qué oír. Nos enseñaron de qué nos teníamos qué reír. Para
acabar pronto no había otra cosa. Era la única opción.
Por eso Roberto Gómez Bolaños
fue un “genio”. Porque le habló a un pueblo ávido de esparcimiento, necesitado
de evadirse de su triste realidad. Y le dio al clavo. Chespirito fue, primero
que nada, un escritor de comedia, sus guiones más relevantes fueron para
películas de la pareja cómica más importante y trascendente en toda
Latinoamérica, Viruta y Capulina. Comedia de mucha altura, pastelazos, enredos
estúpidos, situaciones simples y personajes que casi rayan en la imbecilidad.
Así llegó a la televisión,
donde el camino fue exactamente el mismo. De este modo, el “súper comediante”
que además ideaba, escribía, dirigía, actuaba, producía y, por supuesto, era
dueño del concepto original de todos sus programas, hacía que el espectador
apreciara la violencia infantil, la injusticia, la impunidad, la
irresponsabilidad, la conchudez, la ignorancia, la no superación, la
indiferencia y otros anti valores como algo normal, como lo más natural del
mundo. Puros malos ejemplos, puras malas maneras de comportarse. La televisión
educa. ¿Así nos educaron? ¡Qué pena! En un país que tanto necesita de la acción
proactiva de parte de sus ciudadanos.
De esta forma (haiga sido como
haiga sido), en muchísimos países, Chespirito tocó millones de corazones, llegó
a las masas y las hizo reír, les hizo pasar un rato agradable. Las entretuvo.
Por eso, hay que reconocerle su impacto en la cultura popular, pero nunca su
aportación a la misma. No sumó absolutamente nada que realmente se pueda valorar.
Gómez Bolaños murió el viernes pasado
y su casa Televisa se descoció en homenajes. Todos sus empleados a cuadro se
notaban dolidos, frustrados, lastimados, compungidos. De verdad les dolió la
partida del genio. Los chavos y los chapulines pulularon en la pantalla. Los
comentaristas de futbol cantaron los goles anotados en la liguilla con frases
del talentoso maestro. ¡Qué ridículos! Déjenlo en paz. Ya se fue y su legado
ahí está. Que la historia lo juzgue.
Afortunadamente ya no estamos
en 1974 y la tele cuenta con más de 150 canales. En la variedad está el gusto,
¿o usted cómo ve?
Obituario: Dos años de Peña en
el poder… Y todavía no poder, ¡qué ironía!
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