El sábado pasado Luis Miguel dejó plantados a los
yucatecos. Se dijeron mil cosas, sabrá Dios cuáles son ciertas. Hoy continúa su
temporada en el auditorio nacional de la Ciudad de México. Supongo que ahí sí
se va a presentar. Tarde, como siempre, pero sin sueño.
Y el sol, ya sabemos, no hace demasiado esfuerzo,
sabe que es un ídolo, está consciente de cuánto lo quieren y cumple, así, a
secas. Canta lo que debe cantar y baila un poquito, sonríe para más de 10,000
personas y entonces se viene la locura. En la ropa no se le ve una sola arruga,
en la cara ya se le aprecian varias y en el cuerpo… Bueno, el cuerpo después de
los cuarenta ya no es el mismo.
El lugar ha estado repleto, a reventar, Luis Miguel
está festejando 33 años de carrera y su tour no puede llamarse de otra forma:
“Deja vú”. Su éxito es impactante…
Y es impactante porque sigue siendo lo mismo, no
cambia, no hay producción, parece un concierto de cualquier gira pasada. De
cualquier gira pasada en los últimos veinte años.
Sin embargo, como la gente lo adora, el sol se da
lujos que se le permiten a muy pocos: sale a cantar muy retrasado (casi una
hora), no cambia el repertorio, se sigue peleando con el audífono, está muy
pendiente del ingeniero de sonido y casi ni voltea a ver a la gente que se está
volviendo loca por verlo de cerca, oírlo cantar y verlo medio bailar… Algunas
rolas de sus primeros años, boleros y rancheras, nada del otro mundo (eso sí,
su voz es extraordinaria, es un gran cantante). No se ve entusiasmado, más bien
está como aburrido, aunque a veces como que se contagia de los gritos y la
euforia de las butacas… Once músicos, una corista y trece mariachis son
suficientes para complacer a un público muy poco exigente.
"Gracias por estar conmigo, es un placer y
gracias por acompañarme en estos 33 años de carrera, donde me han brindado su
cariño". Ajá, no dijo nada más.
Pero a los fans no les importa, le aplauden todo,
bailan, cantan, gritan… Luis Miguel es una estrella, tiene muchísimo talento y
carisma, pero se encuentra en una zona de confort que la da para tirar la hueva
de manera muy descarada. Y subir de peso a lo güey. Aunque ¿a quién le importa?
Mientras le paguen un millón de dólares por presentación lo demás sale sobrando
¿o no?
P.D. Esta columna pudo haber sido escrita hace
dos o tres o diez o veinte años. Y
seguirá vigente mientras ustedes (y yo) sigan aplaudiendo.
Obituario: Maestros, por favor, ¡no se vayan de
reforma! Su presencia ahí nos hace muy felices a todos.
Solo te falto la frase más celebre que a acuñado el Sol:
ResponderBorrar"Gracias México"