El Chapo Guzmán, recluido en famosa
cárcel, está enfermito, tiene hipertensión y diabetes, también su corazoncito
tiene problemas. No come bien, lo vigilan todo el tiempo, no duerme, un perro
le ladra a cada rato y le espanta el sueño. Tiene dolor de cabeza,
oídos y ojos, además
de agotamiento y estrés.
No tiene privacidad ni para ir al baño. Lo torturan física y mentalmente. Cada
hora, en el día y cada dos horas, en la noche, lo levantan con estridencia para
pasar lista. Lo están convirtiendo en un zombie. Su familia teme por la vida de
Joaquín. Pobrecito, ¿qué estará pagando?
No se vale que traten así a una
buena persona, a alguien que solamente ha arrasado, violentamente, con la vida
de miles de personas. Alguien que ha secuestrado, asaltado, extorsionado, torturado,
descuartizado a diestra y siniestra. Un buen hombre que se ha hecho millonario
a costa de la industria de la muerte. Un caballero que ha aterrorizado al país entero.
Un respetable hombre que no se tentó nunca el corazón para cometer las bajezas
más viles y crueles que nos podamos imaginar. Pobre, no se lo merece.
El líder del Cártel del
Pacífico está oficialmente relacionado con más de 25 mil asesinatos. Nada más.
Y, hasta donde sé, ninguna de esas víctimas tuvo oportunidad de quejarse
amargamente por el trato recibido. Nunca tuvieron, ni buscaron abogados para llorar su desgracia.
Claro, acá afuera también hay muchos
criminales con las mismas, o quizá más culpas a sus espaldas. Y esos están
sentados en una silla, muy cómodos, gobernando o moviendo los hilos de este,
nuestro México adorado. ¡Qué tristeza!
Obituario: Francisco sí habló
de los curas pederastas… En el avión, de regreso a Roma… Querido Jorge, ¡eres
brillante!
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