Era noviembre de 1990 y la
clase más fifí, culta y refinada no podía concebir que Juan Gabriel fuera a dar
una serie de conciertos en Bellas Artes… Se desgarraron las vestiduras, se
jalaron los pelos, patalearon y, al final, se sentaron en las primeras filas.
Sí, aquel hijo de campesino.
Ese al que su madre no sabía cómo quitárselo de encima. Aquel chico amanerado
al que el “Noa noa” le había quedado corto. Ese Alberto, ese Adán, ese Juan
Gabriel había llegado al recinto cultural más importante del país.
Estaba en su punto álgido, en
su máximo esplendor, en el cénit de su carrera. Después de eso todo fue en
curva descendente, pero no vamos a hablar de eso. A los incrédulos asistentes
Juan Gabriel les hizo una fiesta, los deschongó, los hizo delirar, los
enloqueció, los puso a bailar, a cantar y a desgañitarse durante más de tres
horas y media. Fue un concierto legendario. Ahí, en el escenario, solamente
había un artista acompañado de una orquesta sinfónica, un mariachi y un puñado
de coros. Claro, ¡qué artista! El dominio escénico, la capacidad, la actitud y
las tablas que manejaba no tienen comparación. Cantaba, bailaba, saltaba,
brindaba, bromeaba, se reía y hacía lo que se le antojaba. Se adueñó del
ambiente, se adueñó del palacio de Bellas Artes… Era un monstruo en el
escenario. Fue apoteósico. Si no me creen ahí están los registros
audiovisuales. Por algo la serie biográfica que acaba de transmitirse comienza
y termina en ese momento.
El pasado domingo Alberto
Aguilera Valadez murió en California. Nos dejó a todos muy sorprendidos y muy
tristes. Por supuesto que el Palacio de Bellas Artes lo espera con los brazos
abiertos. Se lo ganó, se lo merece. Juan Gabriel volverá al lugar donde toco el
cielo con su talento. El homenaje popular será frenético. A la altura de Pedro
Infante o Cantinflas. Así, el Olimpo recibe a un nuevo dios que deja un legado
impresionante de canciones, de letras, de frases, de melodías, de risas, de
llanto y de momentos inolvidables que se quedan con nosotros para siempre.
¡Gracias maestro!
Obituario: Hoy no hay
obituario, de veras estoy muy afligido.
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