Entonces le dio un infarto y lo
cremaron y la familia se lo quedó para guardarle el luto pertinente y luego se
lo llevaron a Juárez y le hicieron un gran homenaje y después vino a la Ciudad
de México, a Bellas Artes, al circo en todo su esplendor…
Él no quería, según dicen, que
se hiciera un teatro con su muerte, desde luego no estaba en sus manos, sin
embargo el circo se hizo y se hizo en grande. Miles y miles de personas
desfilaron en el recinto cultural más importante del país. ¿Para qué? Para ver
una cajita que lleva un puño de cenizas adentro. Para formarse en una fila
interminable que termina a unos cuantos metros del artista venerado. No importa
el frío, la lluvia, ni la larga espera. Había que estar ahí, había que salir en
la foto, decirle a los amigo y a la familia que estuvimos cerca del Divo, que
vimos sus restos de muy cerquita y que, para prueba, ahí está la foto en
Facebook. La selfie como testimonio irrefutable. Y la satisfacción del deber cumplido,
“lo despedí y le di las gracias por tantas canciones, por tanto cariño, por
tanto respeto y por tanto amor. Además compartí mi dolor con todo el pueblo
allí reunido. Fuimos uno cuando cantamos sus canciones. Estuve ahí y lloré su
recuerdo. Ahora ya está con Dios y está en paz. Ya nunca más estará solo y
triste otra vez”.
Sin embargo la gente necesita
esa catarsis, esa conexión, ese lazo. El público sabe quién le movió las fibras
más íntimas y quién nada más no le hizo sentir nada. Por eso es obligado
acercarse a despedir al ídolo, a aquél que le puso música a su vida. Al
compositor de su soundtrack.
Las válvulas de escape están
ahí para eso, para usarlas. Y en estos casos no se necesitan acarreados, ni
despensas, ni tarjetas, ni frijoles con gorgojo. La gente está ahí porque así
lo siente, porque lo necesita y porque se lo debe a quien se lo ganó. Juan
Gabriel sin duda se lo ganó a pulso, porque además es prueba fiel de que con
talento, esfuerzo, mucha dedicación y más terquedad se puede llegar muy lejos. Ese
muchachito Alberto que dormía en la alameda central ahora es llorado por todo
México en el emblemático edificio que está ahí al lado. A ver quién es el guapo
que se avienta ese trompo a la uña.
Obituario: Entre el tiradero
que vino a hacer Trump y el informe, el presidente peña agarró sus maletas y se
fue a China… A veces es mejor poner tierra de por medio.
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