El primer grito de
independencia que recuerdo haber visto fue el último de José López Portillo, en
1982. El tipo gritó como si tuviera ganas de hacerlo, supongo que porque ya se
iba. En el momento de aquella arenga la tele mostraba a la gente que estaba en
la plancha del zócalo y que miraba para arriba, que contestaba con vivas y que se
ilusionaba con un México mejor y más justo para ellos y todos los suyos.
Yo pensaba en esa gente, en el
pueblo, en la gente que busca una válvula de escape para zafarse de la
inmundicia que vive a diario. Esas personas que viven al día, que no saben qué
van a comer mañana y que no pueden mandar a sus hijos a la escuela porque no
tienen para los libros. Sin embargo van a Palacio Nacional a ver el grito de un
señor vestido con un traje carísimo que ni siquiera sabe que existen, se
compran un elote y una bolsa de huevos con confeti, no hay para más. Pero lo
disfrutan, se evaden, es “noche libre” y hay qué divertirse, hay que reír, la
vida se hizo para vivir, por más difícil que resulte. Ya mañana será otro día,
a ver cómo le hacemos.
Y el señor que grita (se supone
que) hace todo por el pueblo al que representa. Saca al balcón a su esposa, a
sus hijos. Entre la ropa que visten todos podemos sumar millones de pesos,
suficiente para que varias familias, de esas que están allá abajo, cubran sus
principales necesidades durante cuatro o cinco años. Ajá, con la pura ropita de
la familia presidencial. Esa que tararea La
Bikina mientas contempla el espectáculo de los juegos pirotécnicos, mismos
que fueron diseñados especialmente para ellos, aunque los puede disfrutar la
perrada, total, no hay que ser díscolos.
El pueblo le mienta la madre,
¿por qué no? Es liberador, se siente rico y además se lo merece. Es una
catarsis preciosa. Si ya vine hasta acá y
lo tengo tan cerquita, lo menos que puedo hacer es mentársela… Y luego a
bailar y a cantar y a disfrutar del show, siempre se pone bueno, siempre llevan
a un artista chingón. A gozar que la vida es corta y la noche es larga. Mientras,
arriba, con un cuarteto de violines amenizando la refinada ocasión, el titular
del poder ejecutivo cena elegantemente con sus distinguidos invitados, claro,
al tiempo que piensa y piensa cómo hacer para mover a México y sacar adelante
las reformas que el país necesita…
Obituario: El dólar ya llegó a
los veinte… ¡¿Qué hacemos ahora Andrea?!
Muy bueno su comentario, amigo Charly. Refleja una trágica realidad de un México que se quiere con el corazón, pero no por ello, van a dejarse de ver la impotencia y el dolor de un pueblo viviendo en la pobreza. Falta justicia social.
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