Siempre he dicho que, cuando me
muera, no quiero que me entierren, mejor que me cremen y avienten mis restos
por ahí, en algún lugar donde yo haya sido muy feliz. Cualquiera que éste sea.
Sin embargo, para cumplir ese
lindo sueño, ahora tengo un gran problema. La iglesia católica no me lo
permite. Las cenizas no se pueden regar, ni tampoco se pueden guardar en casa. Tampoco
podrán ser esparcidas, divididas entre los familiares, o
convertidas en joyería. Los muertos no son propiedad de los familiares, son
hijos de Dios, forman parte de Dios y esperan en un camposanto su resurrección.
Ahí es donde deben permanecer las cenizas, en un lugar sagrado, en el cementerio
o en la iglesia, nada más.
Pero entendámonos bien. No se
trata de recaudar dinero nada más porque sí. No, no sean mal pensados. La Santa
Iglesia Católica, Apostólica y Romana busca reducir el
riesgo de que disminuya la oración, busca evitar el olvido o la falta de respeto.
Busca detener las prácticas inconvenientes o supersticiosas. La iglesia busca
nuestro bien, busca que no perdamos el camino y que lleguemos derechito hasta
allá, hasta la derecha del Padre. Y eso no se consigue regando nuestras cenizas
en cualquier lado.
“Polvo
somos y en polvo nos convertiremos”, ajá, sí, pero en una vasija bien guardada
en un lindo nicho metido en una capillita preciosa. Así que ya lo saben, vayan
buscando un lugar bonito dónde quedarse, paguen una lana y
cumplan con el mandamiento de los jerarcas del Vaticano. Ni crean que van a
poder andar ahí volando encima de las montañas, ni paseando en alguna hermosa
playa. Eso es herejía y no cabe en el plan de Dios (más bien de la iglesia, que
no da paso sin sandalia de pescador).
Por mi parte, como lo que no
está prohibido está permitido, mejor que mis amigos se fumen mis cenizas, como
Keith Richards hizo con su papá…
Obituario: Yo era católico, de
veras, pero después de tanta estupidez por parte de dicha religión, sólo
cenizas hallarán de todo lo que fue mi amor.
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