Era una noche lluviosa de mayo
del 2013, con dos goles de ventaja el equipo de Memo había hecho todo para
coronarse campeón. Quedaban escasos minutos en el reloj. Ya hasta estaban
poniéndole nombre al trofeo. Él planteó de manera magistral aquél par de
juegos. Los contarios no sabían qué hacer, no había por dónde. La escuadra de
Memo no recibió gol, secó por completo al campeón goleador, contraatacó como
debía hacerlo y manejó los tiempos, pero sus pupilos no pudieron finiquitar la
serie. Claro, él no podía meter los goles. Hasta ese momento ya había hecho
todo lo que estaba en sus manos. Fue entonces que cayó el gol del descuento… Memo
no se inmutó, se quedó helado, petrificado, igual que sus dirigidos y los
millones de seguidores de Cruz Azul.
En aquel momento Guillermo
Vázquez cometió el error de su vida. Era tiempo de hacer algo más. Algo como lo
que hacía Nacho Trelles o Mourinho o Javier Aguirre o el gran Obdulio Varela.
Memo debió robarse el show. Meterse corriendo al área chica, reclamarle al
árbitro, aventar tres balones a la cancha, tirarse en mitad del campo a hacer berrinche y gritar
maldiciones, reclamar como loco la falta previa a aquella anotación. No sé,
pero estoy seguro que él debió hacer algo más, lo que sea, algo que pudiera bajarle
los decibeles al ambiente, al Piojo Herrera, a las tribunas y a los jugadores
contrarios. Algo que hiciera que los suyos no se desplomaran como lo hicieron. Quizá
lo devuelven amablemente a su banca, quizá lo expulsan, quizá lo sacan con
gendarmes del estadio, quizá le dan ocho juegos de suspensión. Como sea, pero
sería campeón, se llevaba toda la gloria, acababa con una maldición de tantos
años y se catapultaba directamente al Olimpo. Pero no. Ese fue el pecado de
Memo. El resto es de todos conocido. El resto dejó una herida que jamás
cerrará, a pesar de psicólogos, expertos, especialistas, lavado de cerebro y
terapias. Todos los que lo vivimos, de una u otra manera, estamos seguros de
eso. Todos los que lo vivimos, de alguna u otra forma, llevamos esa cicatriz.
No hay oportunidad de revancha,
aunque Vázquez gane veinte títulos, aunque en todos ellos venza al América en
el Azteca con estadio lleno, aunque dirija al Real Madrid y se llene de
trofeos, aquello no sanará nunca. NUNCA.
Hoy, en semifinales, Memo
enfrenta a su némesis, al club que no lo dejó dormir durante un par de semanas
y que seguro todavía, de vez en cuando, lo despierta en las noches. Hoy, con
sus queridos Pumas, tiene la oportunidad de llegar a la final pasando por
encima de los de Coapa, tiene la oportunidad de quitarles la sonrisa a muchos
americanistas, de robarles la ilusión, de acabar con sus esperanzas de lograr
un título más. Hoy Memo tiene una gran oportunidad de sonreír y hacer sonreír a
muchos, pero ¿revancha? No Memo, en tu caso, la revancha no existe.
Obituario: Tres años de
torpeza… Y quedan otros tres… Dios nos agarre confesados.
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