Sentarse en la silla de
director técnico de la selección mexicana de fútbol en este país es como
casarse con el amor de su vida…
Ajá, primero viene el
enamoramiento, la luna de miel, la melaza sobre las hojuelas, las sonrisas, los
cariños, los apapachos, los besos, las caricias y tantas otras cosas…
Después viene la comezón, los
malos resultados, la cruda realidad, darse cuenta que las cosas no eran como lo
esperaban, los ataques, los reproches, los insultos, las discrepancias y las
increpancias (ya sé que esa palabra no existe, pero me gustó cómo se oye). Al
final, la inevitable separación. “Tu vida y mi vida se la llevó la… Me voy,
esto ya no puede continuar, no eres lo que esperaba, ni yo soy para ti. Te
mereces algo mejor y yo doy un paso al costado. No eres tú, soy yo”.
Justamente en ese punto está
Miguel Herrera, el otrora amigo de todos. Ese gordito sonriente y bonachón que
de pronto se transformó en un energúmeno golpeador de ¿periodistas? Ya se lo
había advertido: “donde te vea…” Y pues lo vio y lo enfrentó y le dio unos
sopapos en el cuello. Sí, en el cuello, porque mi Christian Martinoli es
grandote y no le pudo alcanzar la nariz, que era el objetivo principal. Y su
hija se fue sobre Luisito García, lo atacó con un bofetón. ¡Qué injusto! A
Luis, que estaba tratando de calmar los ánimos.
Por favor, que alguien le diga
a Michelle Herrera de qué trabaja su papá. Qué hace y cómo. ¡Ah! Y cuánto le
pagan. Que alguien le diga que de eso se trata, que si no quiere ver fantasmas,
que no salga de noche. Eso sí, la actitud de la niña no me extraña, la educó
Miguel Herrera.
Se acabó el amor, se avecina
una tormenta. Miguel violó los códigos de la FEMEXFUT, que aunque usted no lo
crea existen. No lo sé, quizá cuando usted lea esta columna, ya le estén buscando reemplazo a mi piojo.
Obituario: Bill Cosby, un
ejemplo de vida… en sus series de televisión.
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