martes, 21 de noviembre de 2017

Una medalla para Kate



Carlos Slim, importante magnate y hombre de negocios; Juan Gabriel, compositor, intérprete y divo; la escritora Elena Poniatowska, entre muchos otros, están nominados para hacerse acreedores a la medalla Belisario Domínguez, máximo galardón que otorga el Senado de la República. 

Eso sí, hay una comisión que recibe las propuestas hechas por los legisladores. Esta distinción se otorga a aquella gente que destacan en beneficio del país. Así, entre las propuestas encontramos cualquier cosa que se nos pueda ocurrir: empresarios, actrices, literatos, músicos, científicos, profesionistas, líderes políticos y un largo etcétera… Vivos y muertos, da igual.

María del Rosario Pérez, distinguida legisladora de Morena (no podría ser de otra manera) propuso a la actriz Kate del Castillo. Y la propuso por… por… por… ¡por su gran labor en pro de un país mejor y por sus nexos (cualquiera que estos sean) con el narcotraficante más famoso de los últimos veinte años! No es cierto, no se crean, la propuesta de la senadora Pérez (ningún vínculo familiar con el que escribe) indica que Kate “ha incursionado en la televisión y el cine. Ha sido galardonada con los premios TV y Novelas y el premio Diosa de Plata” … ¡Por Dios, señores, ¿qué más mérito necesitan?!

Así que yo, desde esta trinchera, exijo que no le den más vueltas con propuestas vacías de mexicanos irrelevantes y le den a mi Kate, a la voz de ya, la medalla Belisario Domínguez, quien, dicho sea de paso, si viera todo esto, se volvería a cortar la lengua.

Obituario: Cruz azul, creo en ti, vamos por la novena…

lunes, 13 de noviembre de 2017

La estrella más brillante



El domingo pasado, mi Superman se puso su capa roja y se fue al cielo. Él tenía una frase, un dicho, “no hay almohada más cómoda que una conciencia tranquila”. Y así se fue, con la conciencia tranquila, con la satisfacción del deber cumplido. No dejó ningún pendiente, se fue sereno, se fue feliz. Tuvo una vida plena. Lloró, sufrió, rió, jugó, trabajó, batalló, cumplió, amó, fue amado, el sol acarició su faz, la vida nada le debe, con la vida quedó en paz (le encantaba ese poema de Amado Nervo). Concluyó su tarea, amante de la lectura, terminó de leer su libro, lo cerró, suspiró, se quitó los lentes y partió…

Y con esa partida se llevó un pedazo de mi corazón y me dejó un hueco imposible de llenar. Me dejó un dolor que sé que no se me va a quitar nunca, porque no habrá día que no piense en él. Sin embargo, también me dejó la esperanza de volverlo a ver, de volverlo a abrazar muy fuerte y de hilvanar de nuevo una de esas fantásticas conversaciones llenas de risas y de anécdotas. Me dejó con todos los recuerdos de un pasado muy feliz, me dejó con el regalo de una infancia plena -dolorosa a veces-, pero plena y muy feliz.

Me dejó la formación, la educación y la cultura. Sencillamente gracias a él soy el hombre que soy. Me dejó el modo de conducirme en la vida. Me dejó una herencia infinita, me dejó el enorme honor de llevar su apellido y el compromiso de luchar todos los días para que se siga sintiendo orgulloso de mí. Me dejó la luz apagada, pero también me dejó la idea de que en cualquier momento va a entrar con la merienda después de regañarme.

Me dejó el tenis, las canciones, los libros y las películas. Me dejó la simpatía y el mal genio. Me dejó el frío de otoño y el sol de invierno. ¡Ay Don Migue, me dejó tantas cosas!

Gracias por todo y por tanto, papá. Allá nos vemos.

Y ya lo sabe, mi corazón y mi mente siempre estarán con usted…

Y ya lo sé yo, no hay pedo, sólo tengo que mirar para arriba y buscar la estrella más brillante…