lunes, 31 de octubre de 2016

Cenizas



Siempre he dicho que, cuando me muera, no quiero que me entierren, mejor que me cremen y avienten mis restos por ahí, en algún lugar donde yo haya sido muy feliz. Cualquiera que éste sea.

Sin embargo, para cumplir ese lindo sueño, ahora tengo un gran problema. La iglesia católica no me lo permite. Las cenizas no se pueden regar, ni tampoco se pueden guardar en casa. Tampoco podrán ser esparcidas, divididas entre los familiares, o convertidas en joyería. Los muertos no son propiedad de los familiares, son hijos de Dios, forman parte de Dios y esperan en un camposanto su resurrección. Ahí es donde deben permanecer las cenizas, en un lugar sagrado, en el cementerio o en la iglesia, nada más. 

Pero entendámonos bien. No se trata de recaudar dinero nada más porque sí. No, no sean mal pensados. La Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana busca reducir el riesgo de que disminuya la oración, busca evitar el olvido o la falta de respeto. Busca detener las prácticas inconvenientes o supersticiosas. La iglesia busca nuestro bien, busca que no perdamos el camino y que lleguemos derechito hasta allá, hasta la derecha del Padre. Y eso no se consigue regando nuestras cenizas en cualquier lado. 

“Polvo somos y en polvo nos convertiremos”, ajá, sí, pero en una vasija bien guardada en un lindo nicho metido en una capillita preciosa. Así que ya lo saben, vayan buscando un lugar bonito dónde quedarse, paguen una lana y cumplan con el mandamiento de los jerarcas del Vaticano. Ni crean que van a poder andar ahí volando encima de las montañas, ni paseando en alguna hermosa playa. Eso es herejía y no cabe en el plan de Dios (más bien de la iglesia, que no da paso sin sandalia de pescador).

Por mi parte, como lo que no está prohibido está permitido, mejor que mis amigos se fumen mis cenizas, como Keith Richards hizo con su papá… 

Obituario: Yo era católico, de veras, pero después de tanta estupidez por parte de dicha religión, sólo cenizas hallarán de todo lo que fue mi amor.

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