jueves, 3 de diciembre de 2015

¿La revancha de Memo?



Era una noche lluviosa de mayo del 2013, con dos goles de ventaja el equipo de Memo había hecho todo para coronarse campeón. Quedaban escasos minutos en el reloj. Ya hasta estaban poniéndole nombre al trofeo. Él planteó de manera magistral aquél par de juegos. Los contarios no sabían qué hacer, no había por dónde. La escuadra de Memo no recibió gol, secó por completo al campeón goleador, contraatacó como debía hacerlo y manejó los tiempos, pero sus pupilos no pudieron finiquitar la serie. Claro, él no podía meter los goles. Hasta ese momento ya había hecho todo lo que estaba en sus manos. Fue entonces que cayó el gol del descuento… Memo no se inmutó, se quedó helado, petrificado, igual que sus dirigidos y los millones de seguidores de Cruz Azul. 

En aquel momento Guillermo Vázquez cometió el error de su vida. Era tiempo de hacer algo más. Algo como lo que hacía Nacho Trelles o Mourinho o Javier Aguirre o el gran Obdulio Varela. Memo debió robarse el show. Meterse corriendo al área chica, reclamarle al árbitro, aventar tres balones a la cancha, tirarse en mitad del campo a hacer berrinche y gritar maldiciones, reclamar como loco la falta previa a aquella anotación. No sé, pero estoy seguro que él debió hacer algo más, lo que sea, algo que pudiera bajarle los decibeles al ambiente, al Piojo Herrera, a las tribunas y a los jugadores contrarios. Algo que hiciera que los suyos no se desplomaran como lo hicieron. Quizá lo devuelven amablemente a su banca, quizá lo expulsan, quizá lo sacan con gendarmes del estadio, quizá le dan ocho juegos de suspensión. Como sea, pero sería campeón, se llevaba toda la gloria, acababa con una maldición de tantos años y se catapultaba directamente al Olimpo. Pero no. Ese fue el pecado de Memo. El resto es de todos conocido. El resto dejó una herida que jamás cerrará, a pesar de psicólogos, expertos, especialistas, lavado de cerebro y terapias. Todos los que lo vivimos, de una u otra manera, estamos seguros de eso. Todos los que lo vivimos, de alguna u otra forma, llevamos esa cicatriz.

No hay oportunidad de revancha, aunque Vázquez gane veinte títulos, aunque en todos ellos venza al América en el Azteca con estadio lleno, aunque dirija al Real Madrid y se llene de trofeos, aquello no sanará nunca. NUNCA.

Hoy, en semifinales, Memo enfrenta a su némesis, al club que no lo dejó dormir durante un par de semanas y que seguro todavía, de vez en cuando, lo despierta en las noches. Hoy, con sus queridos Pumas, tiene la oportunidad de llegar a la final pasando por encima de los de Coapa, tiene la oportunidad de quitarles la sonrisa a muchos americanistas, de robarles la ilusión, de acabar con sus esperanzas de lograr un título más. Hoy Memo tiene una gran oportunidad de sonreír y hacer sonreír a muchos, pero ¿revancha? No Memo, en tu caso, la revancha no existe.

Obituario: Tres años de torpeza… Y quedan otros tres… Dios nos agarre confesados.

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